¿Cómo debemos pedir a Dios?

Dice un proverbio griego que, antes de sanar a alguien, los doctores deben preguntar si está dispuesto a dejar aquello que lo enfermó.

HOMILÍAS

P. Juan Antonio Ramírez

10/27/20243 min read

La liturgia de la Palabra nos habla sobre cómo pedir cosas a Dios y, en específico, del esquema de la profecía y su cumplimiento. En la primera lectura, el profeta describe un tiempo de salvación en el cual los ciegos y los cojos caminarán guiados por Dios en un camino iluminado. Y esto se cumple en el Evangelio (cf. Mc 10, 46-52).

Escuchamos el relato del ciego Bartimeo, un pasaje breve pero lleno de signos puntuales que nos ayudan a comprender cómo Dios quiere que nos dirijamos a Él. Primero, vemos al ciego al borde del camino, mendigando. Ese camino tiene muchas implicaciones; todos estamos en el camino y en él encontraremos a muchas personas que necesitarán de nuestra ayuda. O, en algún momento de la vida, nosotros también estaremos pidiendo ayuda.

Este camino está lleno de personas; en este caso, Bartimeo era ciego, pero en la vida hay más situaciones y dificultades. Lo significativo aquí es que Jesús iba pasando por ahí. El Señor transita por nuestras vidas, como dice una plegaria, siempre presente en nuestro camino. Y Jesús no pasa de manera indiferente al sufrimiento y la necesidad de quien está ahí.

Jesús pasa con una finalidad: ayudar. Por su parte, el ciego, aunque no ve, escucha que pasa el Señor, y algo en su interior le indica que esa persona, a quien nunca ha visto, puede ayudarlo. Entonces, comienza a gritar: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí".

A veces lo que nos frena es que no sabemos pedir ayuda; muchas personas, en sus problemas, prefieren cargar con su sufrimiento en silencio. Creemos que nadie nos puede ayudar, que nadie entiende lo que sentimos, y por eso preferimos llevar la carga solos.

Esto obstaculiza muchos procesos de sanación, porque no queremos pedir ayuda y queremos que, si recurrimos a Dios, sea bajo nuestras condiciones, limitando así muchas veces nuestra propia liberación.

El ciego, sin embargo, confía y recurre a quien puede ayudarlo, que es Jesús. Cuando tú pides ayuda, ¿a quién recurres?

Aquí hay otro signo importante: cuando Jesús lo llama, el ciego tira su manto y de un brinco se acerca. En aquella época, el manto representaba mucho; era una posesión importante, utilizada como refugio contra el sol, para abrigarse del frío, y hasta como cama para quienes no tenían hogar. Era un elemento esencial de vida para los más pobres. Pero el ciego deja su manto para acudir a Jesús y hacerle una petición.

Al acercarnos a Dios, es necesario renunciar a algo. La gracia que recibimos será siempre mayor que aquello a lo que renunciamos. No obstante, este es un freno común para muchos; quisiéramos recibir ayuda sin dejar nada, pidiendo a Dios que nos dé sin tener que soltar lo que poseemos.

Pero este hombre, cuya única posesión era su manto, lo dejó con emoción al escuchar que el Señor lo llamaba. Esto nos enseña que, para acercarnos a Dios, es necesario estar dispuestos a dejar aquello que nos ata. No podemos sanar o liberarnos si no estamos dispuestos a dejar algo.

Dice un proverbio griego que, antes de sanar a alguien, los doctores deben preguntar si está dispuesto a dejar aquello que lo enfermó. Es necesario renunciar, entregar a Dios cualquier hábito o apego que nos limite.

Finalmente, la pregunta que le hace el Señor: "¿Qué quieres que haga por ti?". Aunque parece obvia, pues se nota que el hombre es ciego, Jesús se la hace porque es necesario que él sea consciente de lo que necesita. El ciego responde con claridad: "Señor, que vea". No le cuenta toda su historia, no se lamenta ni entra en detalles; solo expresa su petición concreta. Y Jesús le responde: "Tu fe te ha salvado".

Este es el proceso: primero, saber pedir ayuda; segundo, recurrir a quien realmente puede ayudarnos; tercero, renunciar a lo que nos estorba; y cuarto, ser claros con Dios.

Que el Señor nos ayude a tener las actitudes de Bartimeo, para que en nuestro camino hacia Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, quien está dispuesto a darnos todo lo necesario para salvarnos, podamos llegar a Él con confianza. Así sea.